¡Qué cosita más linda, mi Ramón!
Mi querido hijo: Hace años, me
comentabas un día: A lo único que le tengo miedo es a la vejez. Mi respuesta, fruto de ir pasando decena
tras decena de años, no fue otra que el convencimiento absoluto de que no
hay almanaque alguno que nos pueda pasar
factura de la edad. Crecemos, nos hacemos mayores sin que dentro de
nosotros ocurran demasiadas cosas por las cuales nos podamos definir como mayores.
Cuando hablamos de
los mayores, creo que somos inexactos o, al menos, pueriles al intentar eludir
o suavizar el innegable adjetivo
viejo con todas las connotaciones
negativas que tal apelativo conlleva. Los mayores, que los somos en casi totalidad,
mientras seamos útiles, autónomos, capaces de irradiar ilusión,
competentes y profundos para crear momentos felices, no somos viejos, aunque los seres humanos no lo llegamos a ser nunca. Viejos son los muebles, las ropas, los zapatos...
El auténtico drama,
es el que vive el ser humano en
la edad última, edad en la que ya, entre todos, le hacemos creer que no sirve
para nada, circunstancias y edad en la
que las enfermedades, las limitaciones, son tal problema para los hijos, y también para nietos mayores, que pueden llegar a "desesperar", hasta extremos tales -yo
lo he presenciado- gritar y maltratar a abuelos por el mero hecho de no ser
capaces de bajar un escalón.
Pero este calvario no es
privativo de años cumplidos. ¡Ni
mucho menos! Cualquier edad es buena para que un derramen cerebral, pongo por
caso, deje impedido, mutilado y viejo a un joven.
Es por eso, hijo, que no debes temer a los años, a la
vejez. Témele, eso sí, al desamor, sobre todo, evidente en soledad y olvidos que
remiten al anciano a sus recuerdos e incapacidades.
No obstante, si estamos rodeados de comprensión, ternura y amor, puede que esos difíciles días sean algo así como vivir con humildad la necesidad de que nos
aúpen entre dos para dar un "salto", pero no olvides esto: todos,
niños, jóvenes, adultos y mayores o viejos,
como tú los llamas, mientras estamos en este mundo, sea como sea, algo nos
queda por hacer, aunque solo sea sonreír o simplemente estar. Cuando murió mi
padre, que llevaba años con grandes ausencias e incapacidades, aquel su sillón tan vacío, era todo un discurso, un ejemplo de vida que, constantemente me hablaba de tantas y
tantas cosas…
Pero en tanto llega ese día, vive el presente en
plenitud, feliz, amándote y amando. Lo que hoy siembres, mañana recogerás. No
lo dudes.
Y una mano lista siempre para el viejo que necesite bajar un "escalón" sin tropezar.
Sé que lo haces y lo
harás siempre así, porque eres un gran hijo, inteligente, responsable y
reflexivo. No le tengas miedo a los años; tan solo son fantasmitas que nos quiere asustar.Te quiere muchísimo tu madre.