MIS TESOROS

MIS TESOROS
ISA, RAMÓN Y BELÉN

lunes, 28 de enero de 2019

En el día de mi cumpleaños

La  vida, hijos,  sinfonía de colores

 Hoy, queridos hijos, al cumplir  86 años, hago balancee y reflexiono sobre mi vida. Nada importante.

Son las doce de la noche. Hora para mí de cerrar puertas, revisar formalidades, apagar luces, cerrar los ojos y perderme un rato en la nada. Me cuesta evadirme. Las imágenes del día se me superponen en cascada que ahora no sé si fue un sueño o una realidad: el viejo solo en el jardín, el pequeño que lloraba porque no quería ir al colegio, la enfermedad de un amigo, la mentira de otro, las felicitaciones, regalos, visitas... Todo tengo que dejarlo aparte ahora: tengo que relajarme, evadirme de esta mísera tierra, de este mísero cuerpo, sí, evadirme de todo y mentalmente centrarme en un recorrido por estos largos años que he cumplido, años de niña feliz con mis padres y hermanos, años de adolescencia teñidos de manipulación que apartó de mi vida aquel torrente que despertaba de sensaciones y descubrimientos, años de aquellos extraños mareos que resultó ser mi agorafobia que llegaba para quedarse, años de apasionante religiosidad, años de juventud con aspiraciones, nacidas al calor de los días e iban creciendo como hierba tras la lluvia, años de entrega absoluta a la vida religiosa en la que pretendía, mediante la enseñanza, alargar mis manos al mundo más remoto, años de encontrarme sola, sola en la calle, en las pobres escuelas, en la envidia de compañeros, en la lucha con crueles falsedades,  en vivencias infinitas en pro de un apostolado   impuesto por mí misma, años de pueblos, alumnos, años de  carencia de todo, años feliz con el hombre que me amó, años de un gran despliegue de actividades a favor de la educación, de la lectura, remando siempre hacia un cambio que sigo esperando, años de infinita felicidad con el nacimiento de mis hijos, años, muchos años, escribiendo siempre,  creando, intentándolo todo, años y momentos felices con reconocimientos y cariño, años muy tristes con el fallecimiento de seres queridos, años de soledad al faltar mi compañero, mi marido Sí, me equivoqué, ¡claro que cometí errores!, Hoy me imagino el tiempo como una noria que sin cesar gira y gira y sus arcaduces se sumergen, día tras día, durante un solo momento, en busca de agua fresca y limpia. A veces siguen girando sin encontrarla. Sí, para cada vuelta que da la noria de nuestra existencia, tengo que seguir buscando pequeños cauces de donde pueda llenar mi arcaduz porque vuelta vacía, tiempo perdido sin retorno. Para este mi día, mi tiempo, mi noria, mi arcaduz, agradecimiento infinito a mis hijos, nietos y amigos. He cumplido muchos años, pero  los he vivido en plenitud, y eso es el mejor pasaporte para estar preparada al viaje definitivo. Amo los días y las noches, el frío y el calor, al pobre y al rico, al niño y al anciano, al analfabeto y al sabio, amo ríos y mares,  hombres blancos y de color, la alegría y el dolor, la hierba y el árbol, el gorrión y el águila, la música y el silencio..., amo la vida y deseo seguir cumpliendo años, pero…, mejor salgo a la terraza, me despido del día y repito: Dios, un día más.

sábado, 5 de enero de 2019

Reyes de mi infancia




Cuando en la infancia alguien siembra en nosotros un bonito sueño, no sólo echa raíces de un día, sino que, en constante crecida, se transformará en gigantesco árbol, cuyas ramas buscarán siempre la luz blanca del cielo.

Queridos hijos: os cuento cómo fueron los Dias de Reyes de mi infancia.

Para  los niños la noche de los Reyes Magos era un delirio de cábalas. Mi padre nos hacía escribirle cartas con la expresión de nuestros deseos. A modo de anécdota citaré el año que mi carta empezaba así: “Queridos Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Balta “saresteaño”. No sé por qué mis hermanos no han olvidado el pequeño incidente ortográfico y lo cuentan y se ríen con bastante frecuencia cuando nos reunimos. Debió ser que mi padre, muy estricto con la ortografía, me hiciera repetir la carta o tal vez la ponderara como algo divertido.
Y llegaba la noche de Reyes. Mi padre era el mayor detonante de nuestros sueños, y creo que él los vivía con idéntica ilusión. Nos acostábamos temprano, previa ceremonia de colocar nuestros respectivos zapatos, bien limpios, en el dormitorio de nuestros padres, en el gran balcón cubierto, -el cierre, le llamábamos-  por orden de edades. Realmente todo un espectáculo.
Comunicando con su dormitorio, estaba el nuestro, el de los siete, una gran habitación de tres  balcones a la calle, y era tal la fantasía con la que se esperaba la llegada de los Reyes que recuerdo cómo en alguna ocasión creí escuchar su mágica y sigilosa llegada y  sentir el beso que depositaban en mis mejillas.
Dormíamos poco todos los niños aquella noche porque de madrugada se producía la eclosión del gran momento: entrar y ver qué nos habían dejado. Era mi padre el que anunciaba el feliz acontecimiento: ¡Podéis entrar! ¡Ya han pasado! ¡Y cuántas cosas han dejado!
Corríamos descalzos y nos apresurábamos sobre nuestros zapatos. ¡Qué espectáculo! Cada cosa en su sitio y todo muy bien colocados y con tanto cariño que aquellas cuatro sencillas cosas, ante nuestra vista, eran auténticos regalos de Reyes.  ¡Qué alegría aquellas muñecas de cartón piedra! ¡Y aquellas cajas de lápices de colores! ¡Y los caballitos igualmente de cartón! Y los caramelos y alguna que otra chuchería. Mis padres, desde la cama, y con grandes exclamaciones de sorpresa, iban detenidamente examinando y elogiando los regalos. Y acabábamos todos en la cama felices como ningún otro día del año.
Luego en la calle, era la hora de exhibir nuestros regalos. Recuerdo cómo los niños más pobres portaban unas cestitas primorosas con algunos mantecados y perrunas. Yo los miraba con algo de pena pero creo que aquel día todos estábamos felices; ¡era un día  tan especial!
Siempre recordaré, y es mi sencillo homenaje, a Juana, cocinera de casa, con su gran moño enroscado como un frondoso nido, ojos grises y profundos, manos deformadas por la dureza de una vida de trabajos que nos contaba historias fantásticas y nos hacía soñar con un mundo de encantamientos.
Allí, al calor de la cocina, mientras preparaba guisotes o hacía pestiños y roscos de vino, en los inviernos, o en la puerta de casa entre aromas  de jazmines y damas de noche, en los  veranos, con insistencia, mis hermanos y yo repetíamos: Juana, un cuento. ¡Una historia! De risa, de magia... No, mejor de miedo. ¡Mejor, de los Reyes Magos!”
“Los Reyes Magos -nos decía, y se le iluminaban aquellos ojos pardos de mirada decrépita y profunda- llevan camellos, pajes, luces de colores, música, campanillas y, a su paso, perfuman el aire de exóticos olores traídos del lejano Oriente, y reparten regalos a las niñas y niños buenos, y dejan carbón a los malos. Carbón que huele a gasolina y azufre... Pero, ¡eso sí!: los niños deben estar dormidos.
Hoy, después de muchos años, sigo creyendo en los Reyes Magos que traen regalos a los niños buenos  como nos contaba la buena de Juana