Mis ingenuas creaciones, para vosotros
Queridos hijos: hoy quiero
hablaros del valor de la autenticidad
nada comparable con la virtualidad, hoy tan al día.
Cuando
era niña, allí en el jardín de mi
casa, junto a la caracola real, entre arrullos de palomos, cacareo de gallina y
ronroneo de gatos, con la cabeza escondida
entre las rodillas, soñaba con cambiar
el mundo. Me daban pena los pobres, los ancianos, los criados...
Cuando fui mayor mis ambiciosos sueños
se encaminaron por otros derroteros:
trabajaría por cambiar una escuela desacreditada, impopular, rutinaria...
Después, caí en la cuenta de que tendría
que empezar por cambiar yo, aceptando la realidad que era, si bien en una
escalada imparable de superaciones, y
así, desde abajo, la cadena de cambios, eslabón tras eslabón, podría crecer
y multiplicarse en mí para poder
proyectarse en mi entorno.
Y, sí, me hice real, auténtica, pagando alto precio por estos
valores, porque no hay detrás de ellos
negros que nos hagan el trabajo, que den la cara, que nos promocionen y aúpen,
que laven la imagen de nuestros errores...
El ser real, auténtico, el dar la cara y llevarla bien alta en estos tiempos,
es sinónimo de imprudencia, temeridad de ingenuidad, en una palabra. De ahí que cada día prime más la virtualidad,
lo que puede ser pero no es, lo que normalmente es opuesto a lo efectivo y
real. ¡Con cuánta emoción recibí las flores virtuales de mi amigo José Luis!
Las fotocopié, las guardé... Era mi primer contacto con las posibilidades de
la virtualidad.
Más tarde, palabras de un amigo al
teléfono resultaron ser también virtuales, y sufrí las primeras consecuencias
de lo virtual: nada de compromisos, nada de explicaciones, tras haber sembrado, como mínimo, ilusión y mentiras. Todo, hasta
el sexo, se puede practicar virtualmente. Todo puede ser, sin ser, pero, ¿acaso es algo comparable con la calidez de la
proximidad, de lo real..?
No, hijos, los seres humanos jamás
debemos escondernos en la virtualidad, los seres humanos somos realidad, y
nunca una imagen, unas palabras que la técnica
permite manipular, vender en un intento de engañar al comprador serán
comparables ni tan siquiera se podrán imitar, aunque sí falsear.
Hay que reivindicar autenticidad, fidelidad, hay que recuperar la realidad que somos, hay
que sacar tiempo para saborear las maravillas del legítimo vivir, hay que ser
conscientes de nuestra singularidad y
no venderla o regalarla escondida en la máscara de lo virtual.
La vida es un documento sin rubricar.
Estampemos en él nuestra cara más real, más incuestionable, aquella que, con un
soplo divino llegó a la vida. Muchos besos.