(Anécdota personal)
Queridos hijos: hoy quiero contaros una anécdota personal
que me ha venido a la memoria y
que ya escribí en Facebook. La he titulado Gigantes y enanos
porque así fue como vi aquel pequeño episodio que a pesar de los años
transcurridos me ha servido para no considerarme gigante ante nadie y
ante nada; solo ante el necio.
Hacía días que se venía anunciando la firma de
ejemplares de un famoso escritor, cuyo nombre omito por razones éticas. Por
aquel entonces yo tenía publicada dos obras y me ilusionaba ser la
primera en recibir la firma de aquel autor. Madrugué y nada más abrir las
puertas del Corte Inglés me apresuré a buscar su obra. Pero allí estaba él,
solo y rodeado de estanterías donde su obra aparecía amontonada. Al verlo me
pareció tan gigante que me sentí enana.
No obstante, le eché valor y me
dirigí hacia él. Lo saludé y quise decirle unas palabras, pero su atención y su
mirada estaba fija en los posibles compradores que entraban y en los Medios de
Comunicación que sin duda esperaba. Lo siento, señora –me cortó
rápidamente-; no puedo atenderla.
Me alejé decepcionada y triste, pero a los dos pasos siguientes, me encontré con una familia en pleno de Alcolea donde yo en
aquellos años ejercía. Me rodearon, abrazaron y su alegría al encontrarme era
desbordante. Un instante me volví a
mirarlo; seguía solo.
Fue en aquel momento cuando yo me sentí gigante y a él lo
vi como un enanillo en busca de dinero y fama.
Así es, hijos. Hay muchos gigantes de humo que se desvanecen
con solo dos palabras. Ante ellos, por pequeños que seamos,
resultaremos auténticos titanes si nos importa más un ser humano que una cámara.