MIS TESOROS

MIS TESOROS
ISA, RAMÓN Y BELÉN

jueves, 31 de agosto de 2017

Adiós, Marian


Queridos hijos: interrumpo la biografía para despedir a nuestra querida Marian, niña que todos queremos y que lloramos al despedirla. Le he dedicado este artículo que os inserto:


DIARIO CÓRDOBA /OPINIÓN
Días estos de regresos y despedidas. Me duele, me cuesta y me emociona decir adiós a Marian, una pequeña saharaui que, desde hace tres veranos y por generosidad y solidaridad de uno de mis hijos, compartimos vacaciones. Una preciosa niña que me regalaba jazmines, que me repetía: abuela cuéntame cuentos, que acariciando mis manos  decía: yo quisiera ser así de blanca, una niña del desierto, de piel achicharrada de soles y arenas, una niña desnutrida que cuenta historias que erizan los vellos  hasta de  los más duros oídos, una preciosa chiquilla que sueña con una escuelita blanca, un punto en el desierto, al que  tiene que acceder por ardientes arenas. Una hija más, entre ocho de una familia que vio  como el viento se llevaba su casa de barro y refugiados en la jaima de un familiar se apiñan todos y  viven como pueden. Hay quién dice que están acostumbrados y eso  no les importa, hay quién dice que traer  a nuestras casas a esos niños no arregla nada y hay quién dice que hasta  se les hace daño ofreciéndoles una vida que después no  tienen. Bueno, por mi parte, lejos, muy lejos de connotaciones políticas que no son mi tema y que resultan farragosas y complejas, mirando el lado humano del problema pienso que no están acostumbrados, están resignados, y sí se arregla algo con tan generosa acción: al menos una niña come, bebe, se ducha, juega y es feliz en plena conciencia de la provisionalidad que vive y del retorno a los suyos, cosa que, en un  difícil binomio conjuga en deseos y añoranzas. ¿Qué se le hace daño  con una falsa vida? No es falsa; es auténtica y en ella mucho amor y solidaridad que hasta un aniña pequeña como Marian sabe agradecer.  
Mi querida niña, no sé si volveré a verte, pero siempre estarás en mi corazón, siempre en mi recuerdo, porque te siento, te vivo como una hija más, una nieta que tirada en un desierto, resistes como tus mayores, los embates de un mundo que solo alza su voz cuando le interesa, pero quiero que sepas, mi querida, mi pequeña Marian, que tú interesas y mucho a esta familia que te recibe cada verano, a esta abuela" que tanto ama a los niños y que para siempre te llevarán muy dentro del alma, sin duda mejor lugar que el desierto. Y que canten los niños aquellos que sufren dolor, que canten porque han apagado su voz.

lunes, 28 de agosto de 2017

Pinceladas de mi biografía I

Queridos hijos: hoy he decidido que os voy a ir contando algo de mi biografía, y no porque sea de gran interés, pero quiero  que conozcáis qué difícil ha sido mi vida y cómo a pesar de todo, hoy puedo decir que me siento privilegiada por muchas razones, pero creo que la principal no es otra que teneros a vosotros,  haberos visto crecer, trabajar, tener hijos y ser las personas excelentes que sois en todos los sentidos. Pero no os faltarán dificultades, problemas, etc. Y por si no puedo acompañaros, leed  y tal vez  encontréis remedios que a vuestra madre un día le sirvier
                                                          Mi fotografía más antigua
CAPÍTULO I 
Esto era yo una vez, naciendo un veinticuatro de enero, a las siete de la mañana. Sí,  en los años treinta. Cuando las calles de mi pueblo, Villa del Río, solo eran vaho húmedo del Guadalquivir y, cuando el  sereno, en largo bostezo, voceaba la hora y el tiempo: las siete en punto y serenooo  Mi madre, casi niña, con poca salud, agarrada a los barrotes de la cama, hace un último esfuerzo y mi cuerpo, sanguinolento y gelatinoso, llega al mundo, estallando en un fuerte llanto. ¡Una hermosa niña! –exclama la partera, Gertrudis, sosteniéndome boca abajo-. ¡Hermosa y gritona! –añade.
Silencio. Las miradas de mis padres, abrazadas en dolorosa decepción, suspiran, lloran… Mi madre extenuada, con débil voz repite: lo siento, lo siento… Mi padre, acunándome en sus brazos, un beso, unas palabras, más en su corazón que en sus labios: tú no tienes la culpa. En una cuna celeste, no pensada para mí, duermo mi   primera madrugada, y en la plaza, en la Iglesia, en los primeros encuentros de aquella mañana, la noticia: ¡La señora de don Francisco ha tenido otra niña! ¡Pobre doña  Blanca y pobre don Francisco!
Madrugada del veinticuatro de enero de mil novecientos treinta y tres. Instante irrepetible de mi alumbramiento que fue un error; yo no debí nacer. No fui deseada. Yo no era el hijo varón fallecido, el varón buscado. Yo no representaba aquella página dolorosa que mis padres trataron de pasar concibiendo un nuevo hijo. Yo tan sólo era una niña gritona, un bebé que jamás volvería a encontrar la seguridad, la paz, el silencio del sopor fetal.

La prehistoria de mi vida termina en aquella habitación de la calle Queipo de Llano, entonces,  de mi pueblo, y la lucha por la seguridad de un nido, por la aceptación que no tuve, la lucha por  ser deseada, querida y hasta admirada marcará, día a día, mi existencia de la que puedo decir, sin ningún tipo de ponderación, que ni un solo instante de ella he vivido sin sufrimientos inenarrables e incomprensibles, consecuencias, creo   de un intenso mimetismo con el que, sin ser consciente de ello, trataba de  ganarme el cariño, la aprobación y hasta la justificación  de mi presencia en el mundo.

Con el paso de muchos años, de grandes batallas y tremendas frustraciones, un buen día caí en la cuenta de cómo, con  tan vitales y urgentes  necesidades, me obligué a renunciar a ser yo, revistiéndome, en cada caso, con la piel más deseada, más acertada de cara a los demás.