Mis queridos hijos que andáis estos días de vacaciones, a veces me comentáis cosas acerca de Dios y de la fe no coincidentes, precisamente, conmigo. No por eso me siento mal, ¡ni mucho menos! Creo que habéis aprendido lo principal: el respeto y en parte, amor, por las personas. No obstante os quiero contar una experiencia.
Una mujer, no más de cuarenta años,
me comentaba, a raíz de la súbita
muerte de su marido, cómo su fe en Dios se había ido al traste.
Me repetía la consabida cantinela: Si Dios es padre, ¿cómo permite
estas cosas?
Entiendo esta reacción, si bien no la comparto: ningún evento
personal, por doloroso que haya sido, para nada ha influido en mi fe y
creencias. Muy por el contrario me ha servido para intensificar ese caudal de vivencias que va enriqueciendo
y haciendo fecunda nuestra madurez en algo tan complejo como es la fe.
Mi pobre opinión es que a Dios, nosotros no podemos entenderlo y mucho
menos juzgarlo y condenarlo culpable de cuantos males o bienes suceden en el
mundo.
Para mí esa visión de Dios sería, infantil y absurda, porque
conllevaría la creencia en un Dios hecho
a nuestro capricho. ¡Vaya, el genio de la lámpara maravillosa!
Y es verdad que con un Dios a
quien cargar con la responsabilidad de
todas nuestras buenas o malas
vicisitudes se vive mejor, porque, si Dios lo quiere, si Dios lo permite...
aquí estamos nosotros para acatar su santa voluntad.
Hay un proverbio chino que dice
que cada uno interpreta, a su manera, la
música de los cielos, y eso es así en
cualquier idioma, y la verdad es que resulta más cómodo y consolador pensar
que ¡nada menos que Dios! es quien dictamina si debe tocarnos la lotería o
atropellarnos un coche.
Para mí, la música de los cielos dejó de ser, ¡ha muchos años! la mano
ejecutora de un Dio tan limitada y absurda como lo es la nuestra. Y mi fe no
se tambalea por ningún acontecimiento, porque está basada en un
Dios que, incesantemente, busco en la certeza de que, aún sin
comprenderlo, está en mi vida, como está el fresco de este amanecer o como
está la fragancia de mi dama de noche
ya en flor
La fe no se pierde ni se gana.
La fe es una actitud de constante interrogante que nadie jamás ha
logrado despejar.
Si alguien dice que la ha perdido, es que jamás se preguntó nada.
Os quiero muchísimo y os felicito y me felicito por ser tan excelentes personas.
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