Entre las rocas apareció un pequeño de pelo rubio, ojos
azules y tez curtida. Entre sus manos, una gran caracola. "Si quiere s-
dijo -, te la doy; dentro se oye el
mar.
Pasaron los días. El pequeño de la
caracola no regresó jamás. No pude conocer su nombre, ni apenas su voz. Sólo,
eso sí, aquellos ojos de aguas marinas y aquella piel negra de soles
¡Qué blancos caminos trazabas la
luna llena ante mi vista, en la noche maga del mar! ¡Dame la mano,
luna! -repetía-Tengo miedo. Infinito vértigo de mi nada...
Y
llegaba la voz de papá, latido fuerte
en el pulso de aquella hora de
interrogantes, de dudas.., como susurro que trocaba mi soledad en remanso
donde amainaban mis miedos existenciales. “No, no estás sola; cuenta, siempre conmigo -me repetía.
Y las gaviotas reposaban en el silencio
de la playa al amanecer. Y de vez en cuando, un arrullo casi metálico,
perezoso que, en instantes, se tornaba vuelo
blanco sobre el azul radiante del mar.
¿Quién sería aquel lisiado que cada
mañana, codo a codo, sorbo a sorbo, compartía mi desayuno en tenso silencio
que sólo era voz para repetir, “¡buen día!” ? Una
mañana faltó. Su sillón, allí, junto al mío, estaba vació. Lo buscaban mis
ojos, lo buscaba mi alma... ¡qué sola desayuné aquel día
También la voz del viejecito del escalón, compartido en medio
de traiñas allá en el puerto. “Soy de adentro” - decía.
Y su voz se perdía en un camino de nostalgias
sin retorno. Y la voz de la prensa que
un mal día me soliviantó: La muerte de un entrañable amigo.
Y un minuto de silencio, una
lágrima en el barullo de la playa a las doce de la mañana.
¡Cuántas voces de verano que se esfumaron
como la espuma de las olas en la playa! Tengo sí, la caracola, pero no las oigo. Fueron y se perdieron para siempre. ¿Y el mar? El mar sí, el mar sigue,
me lo dijo el niño, y es por eso que voces nuevas tornarán a mis oídos nostálgicos, hoy. La luna también sigue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario